miércoles, 30 de octubre de 2013

Yoko y Ayano


Frankfurt, Alemania.

Tuve la oportunidad de conocer a dos excelentes artistas: Yoko Kitami y Ayano Imai. Con la señora Kitami me encontré de casualidad, cuando fui a visitar la galería Pinpoint, en Tokio, que se dedica a exponer trabajos de ilustradores de Ehon: libro para niños. Casualmente estaban exponiendo unos trabajos suyos, y la galerista me la presentó pensando que yo no la conocía. Fue muy emotivo el encuentro pues ella es una de mis ilustradoras de cabecera. Su libro del pequeño cáctus, del Fondo de Cultura de México, es una maravilla. Cuando le dije que no conocía más obras suyas, pues en latinoamérica solo se ha publicado el libro del cáctus, me preguntó cuales me gustaría tener. Yo le dije que todos, claro. Hoy me mandó cuatro de sus libros, firmados. Son una delicia, y ella muy genosa.
A Ayano Imai la conozco porque comparto editorial con ella: Minedition. Es una gran dibujante y acuarelista. Yukako san, la intérprete que me acompañó durante parte del viaje, fue quien se encargó de armar la reunión. Fuimos los tres a cenar y con Ayano conversé un rato largo sobre el oficio de la ilustración. Entre otras cosas, me dijo que le preocupaba que hoy muchos ilustradores trabajan con soporte digital y que se ha perdido un poco el valor del trabajo manual. Ella es una exquisita de la acuarela y me contó que antes de estudiar ilustración se había formado en pintura japonesa tradicional de formato grande.
Al final hicimos dibujos para intercambiar y nos dimos un fuerte abrazo antes de partir cada uno hacia su respectivo destino.




sábado, 19 de octubre de 2013

Kabuki en Osaka

El lunes podré ver una de las artes del Japón milenario. Y de paso conoceré Osaka, antes de volver a Tokyo, la mundana.

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viernes, 18 de octubre de 2013

Museo de Kyoto


Enigmática, volcánica, delicada, de tejidos minúsculos y finamente entintados, cómplice cerca del río, multifacética, vital... esa es Kyoto.




miércoles, 16 de octubre de 2013

Tifón

Una vez que pasó el peligro con el tifón, el sol salió algo temeroso y descubrió que había
hojas por todos lados y de todos los colores. Al rato vino una señora con un rastrillo y limpió las montañas de Nikko.


martes, 15 de octubre de 2013

No oigo, no digo, no veo

Hoy supe lo que es estar perdido en Tokyo. Más exáctamente en la estación central de Tokyo.
Era mi primer día de un recorrido por algunas ciudades de Japón. Mi destino: Nikko, la ciudad
donde se encuentran los tres famosos monos, Mizaru, Kikazaru e Iwazaru. El que no oye,
el que no habla y el que no ve. Cuando estaba a punto de meterme al Shinkansen, el tren bala,
descubrí que había dejado el papel acuarela en casa de Tomohiko, donde me hospedo. Podía
abordar un siguiente tren, en dos horas, así que decidí volver. Debía para eso regre-
sar en un tren local, y había olvidado tirar migas de pan al piso. No supe cómo volver.
Pude preguntar en japonés a dónde debía ir, pero no pude entender la respuesta. 
En ese momento me di cuenta de que estaba dentro de una telaraña indescifrable y no había ni un teléfono. Claro, si todos tienen celular, a quién se le ocurriría usar un teléfono público. Tokyo
Station es realmente la torre de Babel.
Hay decenas de líneas que se cruzan, de tren común, de metro, de Shinkansen. Todo está en japonés, y los mapas creo que están en chino. De los pasillos salen ríos de gente que se cruzan y no hay empleados a quién preguntar, sólo máquinas de informes.
No sé cómo salí de ese laberinto, pero finalmente pude encontrar la manera.
Claro, perdí el tren a Nikko. Por suerte había otro una hora después. El Shinkansen, un avión sobre rieles.
En Nikko encontré un pequeño hotel estilo tradicional, con paredes de papel
y tatami. Un encanto. Llueve copiosamente, garúa japonesa. Me anunció el casero que mañana no se puede salir pues está anunciado un tifón.
Dice que es normal.



domingo, 13 de octubre de 2013

Primer templo

Hoy domingo fui a un lugar llamado Ameyoko. Es conocido como el mercado negro en
donde se venden cosas muy baratas, de no muy buena reputación. Cerca de allí encontré un
parque con un templo sintoísta, el primero que veo en mi vida.
La experiencia es fuerte, más cuando al lado de la antigua construcción de madera estaba la re-
producción de un dibujo en donde se podía ver el templo, desde el mismo ángulo que el que
tenía enfrente, pero con una horda de invasores intentando entrar. Desde adentro, un pe-
queño ejército se defendía como le era posible. Pensar que en ese mismo lugar se dio una bata-
lla de esa naturaleza, me puso la piel de gallina. Este apunte está hecho desde abajo, donde
estaban apostados los invasores. Después fui a cenar por ahí, un rico pescado.




sábado, 12 de octubre de 2013

Un dibujo por un karaage

Salgo un rato a caminar por los alrededores de Ichikawa, un suburbio de Tokyo en donde me
hospedo. Aquí vive Tomohiko, el hijo de una amiga colombiana. Sonaban tambores y quise saber
de qué se trataba. No era nada especial, algo parecido a un mitin cristiano, pero con tambores y
trajes tradicionales.
Me fijo entonces en una callecita adornada con faroles, y ahí, casi escondido, veo un pequeño ne-
gocio de comida, desvencijado pero candoroso. Saco mis acuarelas y me pongo a dibujarlo.
Al cabo de un rato, sale un hombrecito del negocio y me manda una perorata en japonés.
Su tono no suena muy amigable. Con mi corto japonés le digo que soy ilustrador y que dibujo,
nada más.
Pregunto si puedo seguir. Sí, responde y se va. Al rato regresa, vocifera, yo sigo, él vuelve al nego-
cio. Cuando termino voy a buscarlo, y le ofrezco el dibujo. Creo que me pregunta si hay un precio,
a lo que respondo que no. Entonces mete en una bolsa de papel una especie de empanada, y me
la da, con una gran sonrisa. Se llama karaage, y es un buen precio por un apunte, pienso. Foto.


viernes, 11 de octubre de 2013

Kamishibai

Una de las cosas que más me interesa de mi visita a Japón es conocer libros para niños. Antes de ayer tuvimos día libre en el seminario que dicto, así que salí de paseo con Mónica Fernández (ilustradora colombiana que vive en Tokyo) y su hijita. Fuimos a una biblioteca. Además de ver libros, nos dedicamos a los kamishibai, que los había a montones. Se trata de un arte milenario que consiste en contar historias en un pequeño escenario de madera, por medio de imágenes fijas. Detrás de cada ilustración está la historia, entonces una persona del otro lado la puede ir leyendo. Fue así que conocí el trabajo de Arai Riouji, un ilustrador que dibuja casi como un niño. Sus personajes son tan simples como expresivos. Tomé nota de algunos de sus libros. Fabuloso.

 


domingo, 6 de octubre de 2013

Japón, primeras impresiones

Superado el impacto que me causó ver Tokyo, pude recorrer sus atestadas callles. Fue divertido. 
Comí sushi en un lugar en donde te sientas y ordenas usando una pantalla. Hasta ahí
nada que no se pueda esperar, pero al rato aparece un plato con la comida, solo, por un
sistema de rieles. Por suerte la cuenta la trajo una persona.
De ahí fui al museo Bunkamura, para ver la obra de un artista japonés que vivió en París a
mitad de siglo. Se llama Leonard Foujita, y me resultó conmovedora su obra. Es caro comprar
en Tokyo, pero la buena noticia es que los libros no lo son tanto. En el museo compré uno
pequeño de este artista y el precio fue casi el mismo que un adaptador para el enchufe de
mi compu.
La razón: según Norie, mi anfitriona, la gente no tiene mucho espacio para los libros,
y compra pocos. Aquí dejo mis primeros dibujos en Japón.